Si entras en la catedral de Segovia y vas al fondo a la derecha, te encuentras con la capilla de la Concepción. Si te da por acercarte en invierno allí hace mucho frío y tendrás que abrigarte. Hay varios cuadros en disposición un tanto apelotonada, obras de esas que nadie se atrevería a llamar maestras, pero que tampoco son descartes de los pintores, sino piezas notables, pero desde luego en ellas hay ausencia de verdadero genio. Un cuadro en concreto, El árbol de la vida de Ignacio de Ries, cuenta al modo de una viñeta y en un golpe de vista, la fugacidad de la vida. Hay un árbol, en la copa se celebra un gran festín y los invitados se divierten. Pero eso sucede arriba. En un flanco del tronco hay un diablo que agita el árbol y un esqueleto con guadaña está a punto de talarlo. Al otro lado está Jesús tocando una campana que pende de una rama. Dos frases en la parte superior: ?Mira que te vas a morir, mira que no sabes cuándo?, y en el otro extremo, ?mira que te mira Dios, mira que te está mirando?. Es el lenguaje del XVII. La cosa es clara, nos vamos a morir y la inconsciencia nos mata. Pero da mucha pena ver que la mirada de Dios se entiende como una advertencia. Un Dios que avisa y no es traidor es un Dios que no se toma en serio la vida humana. Da pena ver a ese Cristo pintado tocando una campana, como los que agitan la bandera en las pistas de Fórmula Uno indicando que la siguiente es la última vuelta. Qué distinta es la mirada de hoy en el Evangelio. El Señor se da cuenta de nuestro desvalimiento, digamos que se le rompe el corazón al vernos ?extenuados y abandonados?, según el texto, ?como ovejas que no tienen pastor?. Es verdad, es lo que le pasa al ser humano. Muchas familias quedan cercenadas por la mitad cuando muere un hijo de las entrañas, cuando son testigos de un accidente mortal o sucede una ruptura familiar inesperada. El año pasado tuve que velar una noche con unos padres que acababan de saber que dos de sus hijos habían fallecido en un accidente de tráfico. De repente, ya no había vida en su vida. El padre quería arrancarse los ojos de dolor, la madre sólo rezaba. En circunstancias así, al hombre se le van las claves de la existencia y todo se disuelve a su alrededor. Pero hoy sabemos que Jesús entiende que el ser humano se sienta abandonado. Esa sensibilidad del Maestro me parece el colmo de la Encarnación del Hijo de Dios. Su Sagrado Corazón es profundamente humano, y sabe del dolor de aquel a quien sólo le quedan dudas a la hora de vivir. Por eso quiere poner en medio de la tierra a los trabajadores de la mies. Su vocación es la de ser los grandes consoladores de los hijos de los hombres. Así se lo dijo el Señor a los suyos, ?id a las ovejas descarriadas de Israel. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis?. Cristo no ha venido al mundo para tocar a rebato porque se viene todo abajo, sino a curarnos las llagas. ¿No dijo el Papa Francisco que la Iglesia es un hospital de campaña? Estoy leyendo un libro del Nobel de literatura de este año, Laszlo Krasznahorkai, la novela se llama ?Guerra y guerra?. He subrayado una frase que de por sí ya viene en cursiva, ?existe una relación fuerte entre las cosas cercanas, una débil entre las lejanas, y ninguna entre las muy distantes?. Tengo yo que saber exactamente la distancia que hay entre Dios y yo. Si le pongo lejos, no habrá en absoluto relación, y mi sufrir será un infierno. Sólo la proximidad con Él pondrá mi dolor sobre sus hombros.