Señor, déjala todavía este año

Solemnidad de Pentecostés

Juan 20,19-23 ?Señor, déjala todavía este año?

«Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Nos acercamos como comunidad al cenáculo, acompañados por María en una actitud discipular. ¿Cómo estaba la comunidad reunida en oración con nuestra Madre? Con un corazón hambriento, necesitado, pobre. Su respuesta, no está a la altura de lo que se pedía de ellos. Tras la pasión de Cristo, la respuesta de los discípulos fue de huida, de fragmentación, presos del miedo, cada uno de ellos buscó salvarse, pensando en su propio interés. Justo lo contrario de los que Jesús les enseñó. «No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed más bien al que puede acabar con cuerpo y alma en el fuego» (Mt 10,28). Ellos por miedo dejaron la comunidad de Jerusalén, unos, camino de Emaús, otros volvieron a Galilea a pescar, y todos cerraron bien las puertas de la casa y de su corazón por miedo a los judíos. 

La respuesta de Dios a nuestra fragilidad es el don del Espíritu Santo. Es lo más grande que podemos recibir. «¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra? O, si le pide pescado, ¿le dará en vez de pescado una culebra? O, si pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan!» (Lc 11,11-13). El Espíritu Santo es el Don de los dones, es la misma presencia actuante y dinámica de Dios en nuestro interior. Es el alfarero desde dentro. El que modela todas nuestras actitudes y transforma el hombre viejo, la mujer vieja, todo lo antiguo, y hace nuevas todas las cosas. Renovándonos a nosotros los primeros. Es el que abre las puertas que nosotros cerramos, el que nos devuelve el ánimo y la energía a nuestras viejas vidas cansadas y decepcionadas. 

¿Reconocemos esa presencia discreta en nuestras vidas? No es un huracán, o un terremoto. Su presencia en nosotros no es invasiva o impositiva. Es una suave brisa, como la que encontró Elías en el monte Horeb. Esa intuición que nos activa la creatividad. Esa mirada compasiva y misericordiosa, cuando la situación invita al reproche o al juicio. Cuando lo que nuestras fuerzas demandan es alejarnos del conflicto, evadirnos de nuestra responsabilidad, y encontramos la ?parresía?, la intrepidez de acercarnos a las personas que nos cuestan. Cuando no tenemos palabras que decir, o consejos que dar, porque la situación no desborda y sufrimos al vivir nuestra impotencia, y de repente encontramos una luz que nos devuelve el ánimo y la alegría. En diálogo con el Señor, busquemos en nuestra forma de vivir las insinuaciones que el Espíritu nos va susurrando. Esa iniciativas personales y comunitarias que nos hagan avanzar en fidelidad al encargo que Dios nos va pidiendo. Y poder compartirlo puede ser un Nuevo Pentecostés. Estamos reunidos con María, y como en aquellos primeros días de la Iglesia también busca el Señor que hablemos en las lenguas en la que todos nos puedan entender.