"La celebración de un funeral es un signo de esperanza", recuerda nuestro obispo
(TRANSCRIPCIÓN)
Querida familia de José, queridos sacerdotes, también familia de José a lo largo de sus años de presbiterado en medio de la Iglesia, queridos amigos de José, feligreses, vecinos...
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La celebración de un funeral por un sacerdote, al igual que por cualquier cristiano, es, ante todo, un signo de esperanza. Y es muy necesaria la afirmación de esta esperanza, de esta mirada que tenemos sobre la persona que se va, sobre quién es y cuál es su dignidad, a dónde va, cuál es su verdadero destino... Está afirmación, esta esperanza, es especialmente visible en el caso de un sacerdote. Un sacerdote es alguien que ha seguido los pasos de lo que hoy cuenta el Evangelio: Jesús, “del que salía una fuerza que curaba a todos”, llamó a Doce de los que sabemos los nombres porque eran doce personas muy concretas, queridas, conocidas, elegidas: conocidas por el pueblo y queridas por Jesús, aunque una le traicionó. Y no eran otras personas, sino esas doce.
Así empezó la Iglesia, así las comunidades cristianas y, en ellas, los presbíteros, personas conocidas y queridas.
Nosotros, como creaturas de Dios, nacemos por su voluntad, pensamos y sabemos que él es nuestro padre en el sentido más profundo de la palabra. Ninguno de nosotros está en este mundo por casualidad, ninguno de nosotros está en la historia “sin que nadie mire por él”; aunque no hubiese ningún otro ser cercano que se preocupase por tu vida... el Señor sí, Dios sí se preocupa. Esta certeza la llevamos dentro y nos obliga a vivir de un cierto modo, a intentar realizar, en la práctica, lo que, sabemos, es la realidad más profunda.
Y si cada uno de nosotros sabe que es conocido y querido, también un sacerdote... Porque un sacerdote es, como aquellos Doce, una persona llamada por su nombre, con todo lo que eso significa. Nosotros hoy celebramos esta Santa Misa por José, a quien conocemos por su nombre, por su rostro, por toda su persona y su historia; por él en concreto, sabiendo que ninguno que ha sido querido, elegido, amado... se pierde.
(...) Y esto es lo que celebramos: una esperanza cierta. Porque que nosotros nos vamos a morir es una cosa evidente, la más evidente del mundo, la más palmaria, la más ciertamente segura y cuando uno ya tiene unos años sabe que no es necesario que nos lo recuerden (...).
Un funeral es una celebración en la que hacemos verdad que la muerte ha sido situada por Jesucristo en su lugar y que, por lo tanto, no tiene la última palabra sobre la persona porque ha sido vencida para siempre. (...) Como decía el Evangelio de hoy... “salía de Él una fuerza que los curaba a todos”, y no sólo los curaba a todos sino que le resucitó a Él mismo, a Jesús; esa fuerza fuerza interior era el Espíritu Santo. (...) Nosotros celebramos a esa persona buena, Jesús, que no ha sido vencida ni siquiera por la muerte porque lleva en sí al Espíritu o, lo que es lo mismo, a la vida para siempre.
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En cada funeral los cristianos dirigimos los ojos al Padre Dios y le decimos, hoy por José,: “Padre nuestro, mira a Jesús que ha resucitado por todos, también por José; acuérdate de la cruz de tu Hijo y no te acuerdes de los pecados de José; no mires a este hermano nuestro solo, con sus pecados y sus faltas, que le queremos y no vaya a ser que salga deudor; no le mires sólo a él porque por muchos méritos que tuviese, sin Ti valdría nada. Por eso, Padre, mira a Jesús, y acuérdate que Él no quiso dejarnos sino que quiso que estuviésemos con Él; mira a tu Hijo que quiso que José fuese sacerdote.” Esto hacemos.
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La esperanza brota cuando uno toma conciencia de las cosas; y esto es lo que predica un sacerdote toda su vida: la esperanza que él mismo lleva en su corazón desde que conoció a Jesús. Y esto es lo que hace un sacerdote: ayudar a que todos tomemos conciencia y percibamos cómo son de verdad las cosas, qué significa de verdad el tiempo, qué significa de verdad lo bueno y qué significa de verdad el pecado, las guerras, todas las cosas inútiles que hacemos en este mundo para poder vencerlas, cambiarlas. (...) Porque cuando uno mira a la realidad se pregunta: “¿pero no habrá nadie que quite todo esto, que lo elimine?” Y sí, sí lo hay: Jesucristo, a quien José ha predicado toda su vida sacerdotal. Esto es un sacerdote: aquella persona escogida por Jesús para dedicar su existencia a decir “hay esperanza porque le conozco, sé quien es el que puede quitar todo este pecado del mundo”.
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Pidamos hoy al Señor que nos llene de esperanza porque quien tiene esperanza no se detiene ante el mal ya que conoce a Dios que es la Vida, que es el Bueno. Recemos hoy por José y todos los días por todos nuestros difuntos asegurando así esta esperanza. Y pidamos por nosotros sin miedo, porque los cristianos nunca han tenido miedo; y demos testimonio de que hay esperanza, hay vida, porque hay un Dios que mantiene promesas muy grandes sobre cada uno de nosotros. Y con Él venceremos al mal y podremos resucitar, el último día, de entre los muertos. Que así sea para José.